En el siglo XIII el continente europeo se vio afectado por una pandemia que acabó con la vida de millones de personas. Esta enfermedad causó temor en la población y fue considerada como un castigo divino.
La peste negra, como se le conoce en la actualidad, ingresó a Europa entre 1347 y 1348 propagándose rápidamente por los países occidentales del continente.
Con las limitaciones científicas y culturales de la época poco se podía hacer para combatir la enfermedad, los que resultaban infectados, contagiaban fácilmente a las personas cercanas debido a las condiciones sociales del sistema económico feudal; la práctica médica, condicionada por la religión, no lograba ser efectiva para salvar a los pacientes. La fe se convirtió en un obstáculo para la ciencia y su separación dio origen a un retroceso en el campo médico.
La enfermedad se convirtió en un problema de salud pública que tuvo consecuencias en la economía, la ciencia, la religión y la cultura. La humanidad buscó resguardo en la fe y desacreditó el trabajo realizado en los médicos y los avances en la ciencia de la salud, esto fue trascendente para el impacto que tuvo la peste sobre el mundo.
Tan solo en el siglo XIX se rompió el concepto de la enfermedad vista como un fenómeno místico y se indagó sobre su verdadero origen por medio de avances médicos que ayudaron en labores de diagnóstico y tratamiento de las enfermedades.